miércoles, 29 de julio de 2009

Mudanzas

Nunca imaginé que mudarse de un apartamento a otro iba a ser así de difícil, de repente nos encontramos dentro de un mar de cajas que se movían en una marea profunda y se acumulaban rápidamente en los pasillos llenando espacios de un lado y vaciando ambientes del otro.

Mi visión de nuestras pertenencias estaba errada. Yo creí que no habíamos acumulado "tanto" en estos dos años y medio de estar aquí, pero al ver que se llenaban una y otra vez las cajas no podía sino asombrarme mientras veía cómo poco a poco iba desapareciendo nuestro estilo en las paredes, dejando espacios abiertos y nostálgicos. Lo que una vez llamamos "casa", iba desapareciendo ante nuestros ojos, convirtiéndose poco a poco en una cáscara vacía.

La mudanza la empezamos con tiempo, o por lo menos eso creíamos. El garage, que representaba la parte más desafiante parecía una tarea interminable. Decidimos aprovechar a deshacernos de lo que no necesitábamos y guardar realmente las cosas que nos podían ser útiles. Ese proceso nos tomó más tiempo de lo que creíamos, muchas cosas "servían" y había que revisarlas una por una. En el proceso trasladábamos las pertenencias útiles al nuevo garage como hormigas trabajadoras de un lado a otro. Finalmente el garage nuevo parecía tener una cuarta parte del viejo, entre estantes y cajas también pareceía estar más ordenado.

Mientras tanto, el apartamento viejo estaba casi igual, apenas algunos muebles y algunas cajas estaban empacadas y el tiempo avanzaba para decirnos que se acercaba el día final de la mudanza. Llegó el jueves y no teníamos nada empacado completamente, casi todo estaba a medias, cajas medio abiertas, medio cerradas, muebles a medio desarmar, cojines de un lado y de otro, tornillos que iban y venían, y nosotros con un día más para dejarlo todo listo, al paso que íbamos sabíamos que no cumplíamos con la fecha límte.

De repente, Hillary una amiga, pasó a visitarnos y ofrecernos su pickup para llevar algunas cosas, y cuando se dio cuenta de cómo no habíamos avanzado nada, decidió ayudarnos por la mañana y por la noche llamó a dos amigos más (Tim y Vivian) como refuerzos. Yo, mientras tanto tenía que irme a la universiddad y dejé todo a medio empacar.

Dos horas más tarde, volví a darme cuenta que casi todo estaba empacado, por suerte Tim y Vivian (con más experiencia que nosotros en las mudanzas) nos habían ayudado muchísimo a mover cajas, muebles y empacar cosas de un lado a otro. Lo que estaba lleno de un lado aparecía vacío y el progreso se veía visualmente. Yo agradecí mil veces la ayuda, pues a nuestro ritmo nada habríamos avanzado.

Así, poco a poco el nuevo apartamento se llenaba con las pertenencias y el viejo se vaciaba una y otra vez. Autos iban y venían cargados de cajas, todos caminábamos con carga, casi sin hablarnos haciendo el trabajo para terminarlo esa noche. Unas horas más tarde, el apartamento estaba realmente vacío y sólo quedaba limpiarlo y aspirarlo para poder entregarlo al día siguiente.

Exhaustos, y sin armar la cama todavía, dormimos en el suelo, como lo hicimos hace ya casi tres años, pero ahora con nuestra vida acumulada en múltiples cajas. Al día siguiente empezamos la ardua tarea de buscar nuestras cosas y colocarlas de nuevo en "su lugar". Es extraño, pero poco a poco hemos ido acostumbrándonos al nuevo apartamento, con nuevo aire, nuevo espacio y nueva vista... aunque todo igual.

Son extrañas las mudanzas, pero regeneran. Nos hacen tomar lo nuevo y deshacernos de lo viejo, mientras se valoran las pertenencias y lo que hemos acumulado en el tiempo.

lunes, 20 de julio de 2009

entre enfermos y pastillas

El jueves pasado acompañé a Sebas a la operación de las cuatro muelas cordales (terceras molares o muelas del juicio). El procedimiento duró aproximadamente una hora y media, y el cirujano maxilofacial optó por hacer la operación con anestesia general, algo que creímos que no era común, pero aparentemente aquí en Texas es de todos los días.

Uno de los pasos previos a la operación fue firmar un documento legal de exención de responsabilidad si algo ocurría. Este "algo" podría ser: "daño irreparable al nervio, "problemas con anestesia", "pérdida de sensibilidad", "infecciones severas", "daño a la mandíbula", "problemas irreversibles al masticar", etc. Realmente lo decía todo excepto muerte, que legalmente no pueden poner. Lo increíble es que Sebas tenía que firmar, es decir, si no firmaba la operación simplemente no existía, así que resignado y bastante (y cómo no?) asustado firmó el documento. Yo iba a firmar de testigo, pero lo hizo la secretaria del establecimiento.

Luego, salí a la sala de espera y él entró a la operación. Según cuenta, no sintió nada hasta que lo llevamos entre una enfermera y yo, al carro. La operación (gracias a Dios) fue un éxito, y lograron removerle las cuatro cordales sin ningún problema, aún la que estaba impactada contra el nervio que era la más riesgosa. El doctor me llamó luego de la operacón para contarme un bosquejo algo escueto de lo que habían hecho. Me explicó los medicamentos y la dieta que Sebas debía de seguir durante los siguientes días, y me dio la mano. En tres minutos me había "explicado" la operación, la dieta y las prescripciones. Nuevamente percibí esa sensación de impersonalidad que caracteriza a los profesionales de salud en este país.

Sebas salía sonriente y mareado del establecimiento, mientras una enfermera le asistía, dándome al mismo tiempo la lista de medicamentos prescritos. Nos fuimos directo a la farmacia. El doctor recomendaba analgésico (una pastilla cada cuatro o seis horas), antiinflamatorio (en conjunto con el analgésico), anti-náusea (por ser uno de los efectos secundarios del analgésico), antibiótico (una pastilla tres veces al día) y un enjuague bucal a base de clorhexidina (prescrito, por supuesto). En la farmacia también compramos una bolsa de hielo, jugo, y sopas para la dieta. La recuperación apenas empezaba.

El día pasó rápido, y el dolor aún no aparecía, aunque la hinchazón era evidente. Agradecimos la compra de las bolsas de hielo, pues aliviaba la hinchazón y la incomodidad. Almorzamos una sopa liviana de verduras y por la noche más sopa liviana y gelatina. Al día siguiente, el dolor todavía no era lo "suficiente" como para convencer a sebas que trabajara desde la casa, y se fue al trabajo, cual soldado de batalla, sin pensar en su reposo ni su dolor, obedeciendo la responsabilidad.

Pasado el medio día apareció en la casa un Sebi cansado, y con dolor punzante, decidido a trabajar desde la casa, pero tomando el analgésico prescrito: hidrocodona. Aquí en Estados Unidos, la hidrocodona es un analgésico fuerte, únicamente administrado con receta médica, y que ha estado "de moda" gracias a sus efectos eufóricos y estimulantes. La curiosidad por saber cómo iba a irle a Sebas con este analgésico nos llevó a observar sus efectos cuidadosamente, como si estuviera en un laboratorio de investigación.

El alivio fue inmediato, casi. El dolor desapareció y llegó la calma, que le ayudó a realizar las llamadas respectivas del trabajo sin la presión ni el estress que normalmente acompañaría. De allí, nada más... ni euforia, ni sensación de desprendimiento, ni sueño: nada. Cuatro horas más tarde, picazón en todo el cuerpo y por último hipo. Supimos que el medicamento había de dejado hacer efecto cuando el dolor empezaba de nuevo. Las pastillas cumplieron perfectamente el objetivo principal (evitar el dolor) pero no hacían mérito a tantos rumores de sobredosis de hidrocodona o de su uso como droga "recreacional".

Así fue avanzando la recuperación, entre antibióticos, sopas, gelatinas e hidrocodona. La hinchazón fue casi de un sólo lado, y el dolor, gracias al famoso analgésico ha aparecido por lapsos momentáneos. Tengo que admitir que al principio me mantenía reacia a utilizar tanta pastilla, pero aparentemente los resultados han sido favorables. Quizá por eso su mal uso... Quizá si Sebas no estuviera con dolor sentiría esa "euforia" de la que se habla.. no lo sabemos (ni lo sabremos). Lo que es cierto es que la recuperación es mejor estando en casa, con buena compañía, buena sopa y buenas pastillas :)

lunes, 13 de julio de 2009

recuerdos de Guate

Hace dos semanas visité de nuevo Guate y una mezcla de recuerdos, nostalgia y emoción me invaden cada vez que estoy de vuelta. Es indiscutible el hecho que me gusta estar de nuevo en mi país, visitar a mi familia, a mis amigos y los viejos lugares que me acogieron por tantos años.

Esta vez intenté dejar atrás pensamientos negativos sobre la violencia, la ignorancia y la pobreza que llenan la mente de cada guatemalteco que habla sobre el país. Intenté dedicarme a admirar lo bonito y positivo.

Así fue como me percaté de cómo han crecido los árboles desde la última vez que llegué, en pequeños fragmentos de tierra, agradecidos del sol y la lluvia, algunas veces cubiertos de flores de distintos colores. Me encantó despertarme con el canto de los pájaros y acostarme con el murmullo de los grillos. Aproveché la ocasión para observar los volcanes al atardecer, mientras degustaba una deliciosa taza de café recién molido.

Una de las cosas que más me llamó la atención es darme cuenta (de nuevo) de la constante amabilidad de la gente, la sonrisa y el contacto visual que caracteriza a los chapines. Un día, un guardia de seguridad me dijo: "disculpe la molestia, fíjese que las personas que vienen a este restaurante, normalmente se estacionan en el estacionamiento de enfrente. Sería usted tan amable de mover su vehículo hacia allá, si me hace el favor?" Una oración tan grande para indicar una operación tan pequeña. Quizá en otros lugares me hubieran dicho "aquí es prohibido estacionar, muévase!" Yo lo encontré fantástico. La gente sonríe y es amable en todo momento.

Guatemala sigue teniendo un potencial magnífico. Está ubicado en un lugar privilegiado y tiene el clima ideal. Ni frío ni calor, ni viento helado seco, ni humedad calurosa asfixiante. Es el balance perfecto entre lo agradable y lo reconfortante. Hay suficientes recursos naturales para sobrevivir con energía eólica, solar o geotérmica, y suficiente suelo para hacer un país forestal o agricultor.

Es cierto que a veces da tristeza y hasta vergüenza darse cuenta de la corrupción, la violencia y la impunidad, y quizá yo hice oídos sordos de quienes me decían que en Guatemala ya no se puede vivir tranquilamente. Al contrario, yo pasé los días tranquila, me sentí segura en la calle y e intenté disfrutar de cada sonrisa y cada gesto de los chapines.

Tal vez porque mis recuerdos están llenos de reuniones familiares y amistosas, rodeada de sabores típicos y olores peculiares que disfruté tanto estar allá. Quizá haya sido el hecho de saber que la visita iba a durar unos cuantos días, o quizá haya sido una mezcla de buenas noticias, buena comida y buena compañía. Sea como fuere, ir a Guate me llena de recuerdos y me sumerge en un ambiente conocido y acogedor.