La verdad estamos en un lugar lleno de vida que está a simple vista, en medio de la urbanización y de la ciudad. No obstante, hay que tener los ojos abiertos y aprender a observar, porque entre el día a día se pasan estos detalles, estos pequeños cambios. Estar entre tanta vida es un contraste extraño pero hermoso. Sobretodo ahora que se empiezan a ver los rastros de primavera.
En mis viajes en bicicleta a la Universidad me he encontrado a varios cardinales. Son unos pájaros rojos que contrastan con las ramas secas de invierno y por eso es fácil distinguirles. Otras veces me encuentro a unos pájaros que cantan fuertísimo y creo que se llaman Bewicks Wren. Me encanta verlos para intentar aprender de ellos, sorprendentemente siempre tienen algo qué enseñarme. Admiro la forma como hacen sus nidos y el cuidado que tienen al ubicarlos; cómo van buscando rama por rama hasta hacer unas cunas perfectamente térmicas.
La primavera se aproxima, indudablemente. Los días van cambiando poco a poco, como recuperándose de un largo resfrío. Hay días como hoy que tienen una sensación clara de invierno: vientos fuertes, cielos grises, temperatura baja y grillos silenciosos. Mañana puede que amanezca distinto, con un cielo azul y un esbozo de sol asomándose tímidamente. Cada día tiene un olor y sensación más propia de primavera que de invierno.
Hoy me despertó un Bewik Wren a las 5 de la mañana, anidó cerca de nuestra ventana y pronto escucharemos también a las crías. Hace unos días llovía muy fuerte y a Sebas se le cruzaron en el camino unos mapaches que buscaban refugio o comida, lo cual quiere decir que también ellos han dejado de hibernar. Dentro de poco se empezarán a ver las flores más vistosas y el verde retornará a los paisajes. Son estas pequeñas señales las que le dan el preludio a la primavera.
Espero con ansias esos días en tonos azul y verdes; los prefiero a los días grises y cafés quizá porque me son más familiares. De cualquier forma, la primavera se acerca y yo estaré aquí disfrutándola desde el principio.