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El teléfono sonó a las 2 de la mañana, y a pesar de estar acostumbrados a llamadas de la planta nada nos podía preparar para lo que escuchamos. Nico nos daba la noticia desde Austria. Cuando Sebas dijo la palabra terremoto y 8.8 (refiriéndose a la intensidad en la escala de Richter) mi corazón se fue al cielo. Desde entonces empezó la ardua tarea de ubicar a nuestra familia y pasar la noticia a quienes conocíamos.
Mi cuñada Victoria nos está acompañando en Houston y la despertamos para que estuviera con nosotros. Llamé a mis papás en Guatemala para que le avisaran a mi cuñado (con familia en Santiago) y que se unieran a la oración y los pensamientos, que eran los mismos: "ojalá todos estén bien".
Las imágenes en el noticiero empezaban a llegar y mostraban a un Santiago caído y destruido, a pesar que el epicentro había sido cerca de Concepción, donde estaban mis suegros, mi cuñada y mi abuelita. No había una sóla imagen de Conce, y nuestros miedos y temores se hacían cada vez más grandes.
La angustia crecía al paso de las horas y la frustración e impotencia que se siente en momentos com éstos es indescriptible. Síntomas como dolor de estómago, náuseas y diarrea nos acompañaron a lo largo de la madrugada, mientras nuestros teléfonos intentaban comunicarse. Nadie decía nada acerca de una posible tragedia, pero los tres lo pensábamos: y si algo les pasó?
A Victo finalmente la venció el sueño y abrumada se fue a la cama. Nosotros permanecíamos alertas, pues la adrenalina no nos dejaba dormir. A los pocos minutos Patty (mi hermana) estaba del otro lado en Guatemala, también en vela y nos acompañaba en la distancia, compartiéndonos links de noticias. Estábamos al tanto casi al mismo tiempo de la información. Iniciamos un pequeño centro de información en nuestro cuarto, con tres computadoras encendidas y la televisión mostrando imágenes sin sonido (pues los locutores y periodistas nos estressaban).
Mientras todo nos decía que había sido catastrófico nos manteníamos insistentes con esperanza, pero silenciosos y asombrados. Las primeras imágenes en Santiago eran terribles, no podíamos esperar nada mejor para Concepción. La madrugada avanzaba y ninguna persona de Chile parecía estar comunicada.
Intentos fallidos uno tras otro uno tras otro no nos impedían seguir intentando y ambos rezábamos en silencio pidiendo ayuda y calma. Indudablemente nos escucharon allá arriba, pues un ángel se conectó desde Punta Arenas. El amigo de Sebas, Luis nos decía que había podido comunicarse con su tía en Conce y que podía intentar comunicarse con la familia y así se unía a 9.400km de distancia.
Nuestros intentos de comunicación eran completamente en vano pero no perdíamos la esperanza. Amanecía pronto y ya todos los noticieros cubrían el terremoto. Las imágenes eran devastantes. De repente un rayo de luz en plena oscuridad, Luis nos llamaba via skype para contarnos que logró hablar con Fran, mi cuñada y nos decía que todo estaba bien. Un manto de seda blanca me acogía con tranquilidad mientras respiraba por fin profundamente.
Aliviados con esa noticia continuamos monitoreando lo que dejó atrás el terremoto. Nos admirábamos de lo frágiles que somos y lo instantáneo que pueden suceder situaciones así. Mientras tanto, seguíamos monitoreando a distancia, viviendo el terremoto desde aquí pendientes de lo que sucedería en el futuro.