Martes 16 de septiembre
Todavía con escombros en las carreteras y con el suelo saturado de agua salimos de Cypress hacia League City, a la casa del hermano de nuestra amiga Vivian, quien nos ofrecía un lugar más cercano dónde quedarnos mientras nos reconectaban la electricidad en nuestras casas. Mi ilusión de volver rápido se esfumaba cada día cuando llamaba al complejo de apartamentos preguntando si había conección de electricidad y me decían que no, que incluso todavía no conectaban el agua. Más tarde me acompañaron al complejo de apartamentos para revisar si tenía daños y así vi por primera vez el área donde vivimos afectada por Ike.
Cuando entramos al complejo de apartamentos no me esperaba tanto daño, no tanto como lo que veía. Las calles llenas de hojas y ramas, muchísimos árboles caídos, las cercas por los suelos, las piscinas de color café oscuro, los techos cubiertos con plástico impermeable y un silencio anormal alrededor. Por primera vez vi el complejo de apartamentos desordenado, parecía como si estuviera abandonado. Poquísimas personas habían vuelto y las que estaban llegaban como yo a revisar el daño y salían.
Al entrar al apartamento sentí una sensación de pertenencia mezclada con alivio al ver que todo estaba intacto y como me esperaba, ningún daño. Sin embargo había un olor ténue que se hacía más fuerte al acercarme a la cocina. Lo que había en la refri poco a poco se estaba descomponiendo y un olor fétido emanaba desde allí.
No me sabía de memoria todas las cosas que habían en la refrigeradora, pero sí sabía que antes de partir Sebastián a Chile habíamos ido al supermercado a "abastecer" de abarrotes nuestra cocina. Nada me preparaba al olor de comida descompuesta que salió al abrir el refrigerador. Una mezcla de carne con vegetales en descomposición me hizo de inmediato abrir las ventanas y las puertas del apartamento para ventilar un poco el lugar.
Tomamos tres bolsas de grandes basura y poco a poco veía la compra del mes desvaneciéndose en el basurero. El pollo empezaba a llenarse de manchas verdes, al igual que la carne. El salmón que teníamos para cocinarlo "algún día" tenía un aspecto esponjoso y la verdura congelada estaba nadando en agua tibia. Sorprendentemente los huevos estaban intactos, al igual que la margarina y el queso. La comida que me había preparado el día anterior también estaba en proceso de descomposición y los tamalitos de elote que había encontrado con tanta alegría en un supermercado latino no alcanzaron a despedirse. De repente, en la parte de abajo del refrigerador, una lechuga y dos chiles pimientos me sonreían presumiendo su frescura y envueltos todavía en su empaque original. A veces me costaba creer que la carne se descompusiera más rápido que una lechuga, pero la diferencia lo hacía el empaque. Los tomates pasaron a una mejor vida, al igual que la cebolla que no olía nada bien a pesar de estar en una bolsa "ziplock". Las papas y las zanahorias estaban sobreviviendo, lo mismo que la mostaza la salsa ketchup y demás frascos de vidrio que tenemos en la refri.
Poco a poco la refri fue quedando vacía y el 80% de lo que teníamos se iba en bolsas a la basura. Me ponía a pensar en el gran desperdicio de comida a nivel local y en cuántas personas podríamos haber alimentado con estos recursos. Pero en ese momento no podía hacer nada, nada más que esperar a que volviera la electricidad y aprender la lección.
Regamos las plantas y les dimos de comer a los peces, que también habían sobrevivido después de cinco días sin comer. Dejamos abiertas las ventanas y desconectado la refri. Tomé otra mudada de ropa y adjunté libros de la universidad, porque de alguna forma sabía que iba a pasar más tiempo fuera y así fue.
El miércoles acompañé a Tim a limpiar el resto de su casa. Con ayuda de dos motosierras, Tim y James cortaban las ramas, mientras los demás las movíamos al frente de su casa. Entre hojas y troncos, poco a poco hicimos dos paredes de 5 metros de largo y 2 de alto y todavía las hojas seguían en el suelo. Fue un trabajo en equipo que terminamos con éxito antes que anocheciera, porque todavía como en muchos otros lugares no conectaban la luz.
Al volver veíamos cómo la ciudad se iba levantando tímidamente, lugares que estaban en la oscuridad aparecían con luz; camiones recogiendo restos de árboles y ramas caídas se mezclaban con el tráfico normal, al igual que camiones de las empresas eléctricas. La ciudad se estaba ayudando a sí misma. Cada día escuchábamos más historias de cómo entre familiares y amigos se apoyaban en estos momentos, de cómo entre vecinos se turnaban generadores y se ayudaban con las comidas asando la carne de sus congeladores "descongelados". Nosotros eramos partícipes de esto, haciendo lo mismo. Una sensación de solidaridad y ayuda se respiraba en las calles.
Los días avanzaban y mi ansiedad por dormir en el apartamento se apoderó de mí a tal punto que decidí pasar una noche para corroborar mi habilidad para sobrevivir sin energía eléctrica. Tenía provisiones en lata para cocinar y una cocinilla de acampar en el garaje, también linternas, pilas recargables y dos veladoras. Llegué el jueves antes de que anocheciera, y vi el atardecer desde el balcón, escuchando entre el silencio los pájaros y los grillos.
Cuando la vecina de enfrente se dio cuenta que estaba sola, me invitó a cenar con ellos, que asaban hamburguesas en una parrilla. Ellos habían llegado desde el lunes, cuando todavía no conectaban el agua, pero se habían adaptado a vivir sin luz comprando un generador y varias lámparas a gas propano. Me invitó a quedarme y a jugar más tarde un juego de mesa. Realmente este espacio sin luz sirvió para muchos el acercamiento con sus familias retomando conversaciones en la sala y juegos de mesa. Volví a agradecer las buenas personas que nos han acompañado en esta estadía en Houston. Volví a darme cuenta de la generosidad y la solidaridad que hay entre los seres humanos especialmente en momentos de crisis. Así pensé que podía dormir allí en lo que regresaba Sebastián.
Una noche pasé en el apartamento y luego mis amigos me convencieron de no pasar más tiempo sola y sin electricidad. Así fue como el viernes, sábado y domingo dormí donde James en Seabrook. El lunes donde Tim (en compañía de un generador) y el martes donde Donna y Joel en League City. Fue una experiencia interesante, pues estuve inmersa en la cultura Tejana y en las casas de nuestros amigos a quienes les estoy todavía muy agradecida.
El miércoles 24 llegó Sebastián de Chile y con él también llegó la electricidad a nuestro apartamento. Fue la primera vez que dormí tranquilamente después de Ike y su compañía me recordaba que todo volvía rápidamente a la normalidad. El paso de Ike había terminado y en dos semanas la ciudad estaba recuperándose poco a poco. Los supermercados, las gasolineras, los restaurantes y demás tiendas abrían sus puertas normalmente. El tráfico volvía a las autopistas y la gente a sus trabajos.
Houston empezaba a ser la misma ciudad de antes y aunque todavía le faltara recuperarse, poco a poco tomaba el rostro que ya conocíamos. El huracán Ike pronto iba a ser del pasado e iba a formar parte de una anécdota más. Aunque había dejado mucha gente damnificada había unido a muchísima gente más, que como mis amigos ayudaban a quien lo necesitaba.
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